Sunday, February 06, 2005

BASHAR AL ASSAD

Tercero de los cinco hijos del presidente de la República desde 1971, Hafez al-Assad, en origen su carrera no se orientó ni al liderazgo político ni a la milicia, según se desprende de la formación que le proporcionó su padre, aunque no por ello estaba desligado de la política. Estudió en la Escuela Franco-Árabe al-Huria de Damasco y luego empezó la carrera de Medicina en la Universidad de Damasco, especializándose en Oftalmología.
Todo indicaba que Bashar estaba llamado a ejercer esta profesión, pues comenzó clases avanzadas y prácticas en el Hospital Militar Tishrin de Damasco y, desde 1991, en un centro no especificado de Londres, adquiriendo especialidad en el tratamiento del glaucoma. Allí vivió bajo otro nombre y, al parecer, en el más completo de los anonimatos, sin escolta aparente y como un individuo normal, toda vez que su rostro y personalidad eran desconocidos en Siria, cuanto más en el Reino Unido. Una carrera política por accidente.
Esta apacible existencia en la capital británica experimentó un giro radical cuando el 21 de enero de 1994 su hermano tres años mayor, Basel, falleció en Siria en un siniestro de tráfico. Basel, de carácter bien diferente al de su huidizo e introvertido hermano, era el candidato oficioso a la sucesión de su padre, que venía preparándole con esmero para cuando llegara ese momento. La desaparición de Basel repuso en el primer plano las posibilidades de su tío Rifaat, durante años el virtual número dos del régimen sirio, pero que desde 1988 había sido marginado por su hermano ante sus maniobras conspirativas. El presidente sirio se apresuró a frustrar las expectativas de Rifaat escogiendo a su otro hijo como nuevo delfín.
Así que en febrero de 1994, Bashar, seguramente de mala gana, tuvo que interrumpir sus estudios para regresar a Damasco y comenzar una acelerada instrucción militar y política en el partido gobernante, el Baaz. El día 12 se anunció su alta en el Ejército, donde empezó a acumular despachos y galones sin respaldo en una hoja de servicios convencional, como que sucede con los príncipes herederos de las casas reales europeas. Puesto que estaba llamado a ejercer un día la jefatura del Estado, Bashar necesitaba adquirir mando y autoridad sobre los numerosos cuerpos militares, policiales y de seguridad, cuyos responsables nunca habrían aceptado a un civil como superior suyo y líder del país. De entrada capitán del cuerpo médico, tras un rápido entrenamiento de combate en las fuerzas acorazadas pasó a ser teniente de carros y después fue nombrado comandante de división en el cuerpo de élite de la Guardia Republicana, el mismo puesto que había ocupado su hermano.
En 1996 su elenco de responsabilidades fue ampliado y pasó a ejercer el control con un equipo restringido de oficiales alauís -sectarios shiíes que, aunque constituyen una absoluta minoría sobre el conjunto de la población siria, son el núcleo del poder baazista desde que el partido se hiciera con el poder en 1963 y más desde el golpe de Estado de Hafez al-Assad, uno de sus miembros, en 1970-, pero también sunníes, de los servicios de seguridad policiales y paramilitares del partido. En julio de 1997 fue promovido a teniente coronel y en enero de 1999, tras la preceptiva estancia en la Academia Militar de Homs, a coronel del Ejército. Para entonces ya estaba implicado en la gestión de los asuntos del Líbano, donde desde 1976 Siria tiene acantonados 35.000 soldados para asegurar el statu quo prosirio de país, convertido en un protectorado de hecho desde el Tratado de Cooperación de 1991. Sustituyó a su padre en varias reuniones con el presidente libanés, Émile Lahoud, cuya elección en noviembre de 1998 y la del primer ministro Sélim Hoss un mes después parece que contaron con el patrocinio del heredero del poder en Damasco. Bashar se dio a conocer también a los demás líderes árabes y el 7 de noviembre de 1999 se entrevistó en París con el presidente Jacques Chirac. Al mismo tiempo, los medios de comunicación controlados por el Estado se afanaron en divulgar la figura de Bashar, que empezó a aparecer junto a su padre en los carteles de exaltación colocados en todos los rincones de país. La vasta campaña promocional, incidiendo en los méritos castrenses y en su activo papel en la lucha contra la corrupción, le granjearon a Bashar una amplia popularidad. En añadidura, la muy numerosa población joven encontraba atractivo el perfil inequívocamente occidentalizado de Bashar, del que trascendieron sus aficiones por la música pop -en concreto, el cantante Phil Collins- y las nuevas tecnologías. Esta imagen de hombre joven con carácter benigno, relajado, tímido incluso, se alejaba de la de su padre, ciertamente otro gran introvertido, pero surgido de unas circunstancias históricas y con una trayectoria vital enteramente distintas, que le situaron como uno de los gobernantes mundiales más rígidos e implacables de las últimas décadas. Físicamente padre e hijo si coincidían en un porte austero y no amenazador. Los pocos periodistas y diplomáticos que le trataron en estos años coincidían en describir a un hombre educado, cortés y buen comunicador tanto en árabe como en francés o en inglés, pero carente de la personalidad acusada y el ego exclusivista que habrían cabido esperar de un futuro rais.
El sistema político sirio, con su concepto excluyente, receloso y, a menudo, brutal, del poder, le exigía a Bashar una demostración de facultades en el manejo de un país siempre susceptible de contar con enemigos interiores y exteriores. Así, parece que dirigió personalmente el asalto el 20 de octubre de 1999 por el Ejército y las milicias del Baaz contra la residencia de Rifaat en Latakia, operación que, apoyada por unidades blindadas y aviación, concluyó con la destrucción de las instalaciones y un número indeterminados de muertos. Los analistas indicaron que a Assad padre, cuya salud estaba declinando rápidamente, le urgía despejar la sucesión de Bashar con una severa advertencia al hermano díscolo, que desde el 8 de febrero de 1998 se hallaba privado de cualquier rango o puesto oficial.
No menos claramente se percibió la mano de Bashar en la dimisión forzada el 7 de marzo de 2000 del impopular primer ministro desde 1987, Mahmoud al-Zuabi, ampliamente responsabilizado de la corrupción en el ejecutivo y del desbarajuste de las finanzas públicas (confrontado a su procesamiento por malversación, el ex mandatario prefirió quitarse la vida el 21 de mayo). En este episodio Bashar intrigó para frustrar la ascensión, en buena parte lógica, del ministro de Exteriores, Farouk ash-Shara, a la jefatura del Gobierno, y lograr la designación del más dúctil y gris Muhammad Mustafa Miro, dando a entender que su llegada a la presidencia supondría una limpieza general en la administración y en el ejecutivo, removiendo a oficiales implicados en la corrupción y nombrando a personas comprometidas con sus planes reformistas. No obstante esta cuota de poder, su único título oficial era el de presidente de la Sociedad Siria de Informática, que entabló y ganó una pugna con los servicios secretos sobre la conveniencia de abrir el país a Internet.
Con Bashar a su frente, esta entidad introdujo una nueva red de ordenadores en la Universidad de Damasco y adquirió licencias de aplicaciones informáticas para uso en las escuelas. La sucesión en la jefatura del EstadoHafez al-Assad falleció a los 69 años tras 30 de poder absoluto el 10 de junio de 2000. De inmediato la Asamblea Popular enmendó la Constitución para permitir que Bashar pudiera sucederle, pues con sus 34 años estaba a seis del listón de edad exigido por el texto; desde ahora, aquella era la edad mínima requerida para ser presidente. Al día siguiente, el Baaz le nominó formalmente como su candidato a la presidencia. Estas prisas por llenar el vacío de poder y confirmar el continuismo del régimen buscaban remover las dudas que la capacidad de liderazgo de Bashar pudiera general, y apaciguar la ansiedad por un curso lento de los acontecimientos, ya que el sistema del poder en Siria está especialmente verticalizado. En el ínterin, `Abd al-Halim Khaddam, vicepresidente primero de la República, tomó las funciones de jefe del Estado y su primera decisión, el día 11, fue ascender a Bashar a teniente general y nombrarle comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. De hecho, dos días después de la defunción de su hermano, Rifaat declaró desde el exilio español que su sobrino carecía de la autoridad y la experiencia para dirigir el país, postulándose él para dicho cometido. No obstante, en los actos funerarios celebrados el 13 de junio en Damasco Bashar pareció tener todo bajo control, recibiendo a los jefes de Estado árabes como presidente de facto y siendo secundado por los altos responsables del Estado, el partido y el Ejército. En el cortejo fúnebre la multitud le aclamó jurándole fidelidad y deseándole la protección de Dios.
En las semanas siguientes el proceso de sucesión se desarrolló sin novedad. El 20 de junio el IX Congreso del Mando Regional (Sirio) del Baaz le eligió su secretario general en el último de los cuatro días de sesiones. Assad, de cuyo programa hasta entonces sólo se conocía su compromiso con la lucha anticorrupción y con la promoción social de las tecnologías de la información, prometió atenerse a los principios socialistas del partido y perseguir el desarrollo de la economía. Las renovaciones que experimentaron el Comité Central y el Mando (equivalente al Buró Político) del Baaz no fueron numéricamente superiores a las que cupiera esperar tras 15 años transcurridos desde el último congreso, pero no se ocultó que entre los promocionados figuraban personas de su entera confianza. Uno de los nuevos miembros del Comité Central fue su hermano un año más joven, Maher, oficial del Ejército (sus otros dos hermanos son Bushara, una mujer cinco años mayor, y Majd, dos años menor).
El 27 de junio la Asamblea Popular aprobó por unanimidad la nominación presidencial, el 10 de julio ésta fue confirmada en referéndum popular con las cifras oficiales de práctica unanimidad características del régimen -el 97,2% de síes con una participación del 94,5% del censo-, y el 17 de julio Assad prestó juramento como presidente de la República con un mandato de siete años. Se consagró así la dinastía republicana en Siria, la primera en el mundo árabe (donde se prefiguraban futuros imitadores) y la quinta de índole presidencial en el mundo después de las experiencias -si bien no todas con continuidad directa-, de los Somoza en Nicaragua, los Duvalier en Haití, los Chiang en Taiwán y los Kim en Corea del Norte.
Un continuismo matizado, Heredero de un régimen dictatorial, fundado en el monopolio político del Baaz y sus formaciones satélite y en la omnipresencia de la policía y los servicios secretos, propios y extraños esperaban del algo enigmático Bashar al-Assad una sensible despersonificación del poder, y acaso un relajo de la vigilancia y la coerción intensivas del Estado sobre la sociedad. Toda vez que una transición a la democracia pluralista estaba descartada y que el joven mandatario necesitaba tiempo para consolidarse antes de aplicar medidas de liberalización política (de contemplarlas), los primeros cambios iban a asomar en el frente económico. Aun y todo, en una ampliación de una disposición de Assad padre poco antes de morir, a finales de julio comenzó la excarcelación de varios presos políticos (del millar largo de cifrados por las organizaciones internacionales de Derechos Humanos), entre ellos dirigentes de los proscritos Hermanos Musulmanes, así como militantes del Baaz proirakí y comunistas.
Con Bashar en la presidencia se tenía la seguridad de que el Gobierno de Miro iba a manejar la reconversión de un sistema económico rígido e ineficiente con criterios de racionalidad de mercado, como la mejora de la productividad del sector público, el desarrollo del sector privado con incentivos crediticios, la vigorización de las exportaciones y la atracción de inversiones extranjeras. Existía la convicción, compartida por Hafez al-Assad en sus últimos años, de que una economía débil y poco tecnificada afectaba negativamente a la capacidad militar y a la posición estratégica en la región, lo cual, unido al malestar social, se traducía en una amenaza a la perdurabilidad del régimen.
Ahora bien, estaba por ver cómo iban a complementarse la necesaria liberalización económica e, inevitablemente, informativa, y los dogmas socialistas del partido Baaz, esencia de su monopolio político. Tanto Assad como ash-Shara aseguraron la continuidad de la política exterior siria, basada en la defensa intransigente del territorio y la soberanía nacionales. Esto es, un tratado de paz con Israel sólo sería posible si el Estado judío devolvía previa e íntegramente los Altos del Golán, arrebatados en la guerra de los Seis Días de junio de 1967 y anexionados en diciembre de 1981. Las expectativas de un desbloqueo de las conversaciones bilaterales, que entre diciembre de 1999 y enero de 2000 se habían reanudado en Estados Unidos tras tres años de suspensión, cobraron intensidad en las semanas posteriores a la asunción de Bashar, pero el estallido en septiembre de 2000 de la revuelta palestina en Cisjordania y Gaza contra Israel arrastró a toda la región a un estado de tensión que hizo inviable cualquier diálogo. Si la cuestión del Golán parecía ciertamente inamovible, no se antojaba el mismo pronóstico con respecto a Líbano, que Bashar al-Assad contempla seguramente con unos lentes diferentes que su padre, obsesionado con las lecturas históricas y la idea de la Gran Siria.
El cambio sutil se vislumbró con motivo de las elecciones legislativas del 27 de agosto y el 3 de septiembre en el país de los cedros, cuando los candidatos partidarios de la reducción o la desaparición de la presencia militar siria y su injerencia en los asuntos de país (cristianos y drusos fundamentalmente, pero también muchos musulmanes sunníes) cosecharon espectaculares victorias sobre los candidatos gubernamentales. Aunque el presidente sirio no estaba dispuesto a evacuar sus soldados y agentes secretos de Líbano, si permitió que los libaneses se expresasen libremente en los comicios y a continuación declaró que no interferiría en la designación del nuevo primer ministro. En efecto, el Parlamento eligió a Rafiq al-Hariri, el archipopular y controvertido reconstructor de Beirut, enemigo de la tutela siria, quien se tomó el desquite de su dimisión forzada en 1998. Los observadores conjeturaron que, si bien Siria seguiría siendo el árbitro indiscutible de Líbano, con Bashar se iniciaba una etapa de mayor libertad, o, empleando una expresión suya, de "perfeccionamiento", en las relaciones entre los dos países. El relevo en Damasco se había producido en un momento crucial en Líbano, cuya franja sur acababa de ser evacuada por el Ejército israelí tras dos décadas de ocupación.
Pero la milicia shií Hezbollah no se desarmó y, tolerada por el Ejército libanés, siguió hostigando el norte de Israel. La volatilidad en la frontera líbano-israelí, pese al despliegue de la fuerza de cascos azules de la ONU, adquirió tintes prebélicos cuando en octubre de 2000 la escalada de enfrentamientos en Cisjordania alentó el frente de solidaridad árabe contra Israel. Los ataques de Hezbollah contra Galilea desataron la severa advertencia contra Damasco, por considerar los israelíes que no hay movimiento de la milicia libanesa que no cuente con la anuencia siria. La actitud de Assad ante la intifada palestina de 2000 se calificó de cautelosa, más próxima a la moderación del presidente egipcio Hosni Mubarak que a la prédica belicista de, por ejemplo, el yemení Ali Abdullah Saleh. En la cumbre extraordinaria que la Liga Árabe celebró en la capital egipcia el 21 y el 22 de octubre para estudiar la situación, el mandatario sirio hizo su debut internacional con la condena a Israel por "apostar por la guerra" y la exigencia de su retirada de los territorios árabes ocupados.
Como castigo a los bombardeos israelíes de objetivos de la Autoridad Nacional Palestina solicitó el boicot comercial concertado de todos los países árabes, pero se guardó de llamar a la movilización militar. Por otro lado, en este escenario celebró una reunión a tres con los reyes Abdallah II de Jordania y Mohammed VI de Marruecos, los otros dos representantes de una nueva generación de líderes en la región que en 1999 inició un proceso de renovación puramente biológica de sus dirigentes. Jóvenes, conocedores de Occidente y ajenos a las difíciles circunstancias nacionales y internacionales que vivieron y protagonizaron sus padres, los tres jefes de Estado mostraban similar talante reflexivo y moderado, y compartían la condición de depositarios de las esperanzas de desarrollo y democratización de sus respectivas sociedades.
En los últimos meses de 2000 y primeros de 2001 nuevas disposiciones dieron relieve al eslogan de Assad, contradictorio en apariencia, de "cambio a través de la continuidad". El 15 de noviembre fueron excarcelados 600 presos políticos (más de la mitad, Hermanos Musulmanes), el 19 de noviembre un decreto presidencial clausuró la prisión de Mazzeh, quizá el más siniestro centro de detención de país, y el 20 de enero de 2001 el Gobierno aprobó una reforma financiera de alcance.
Ésta, poniendo fin a un monopolio estatal de cuatro décadas, daba luz verde a la creación de bancos privados con participación paritaria de particulares sirios, inversores extranjeros o el mismo Estado sirio, a la creación de una bolsa de valores y a un reajuste menos artificial del tipo de cambio con respecto al dólar. No obstante, pese a los rumores iniciales, el estado de emergencia vigente desde 1963 y que había amparado las fuertes restricciones a los derechos y libertades individuales, no fue de momento levantado.