SIRIA ¿EL NUEVO IRAK?
Siria: ¿el nuevo Iraq?
La retórica y las últimas acciones de EE.UU. contra Damasco indican que la paz corre nuevos peligros en el Medio Oriente
Luis Luque Álvarez
Cuenta la historia que el califa omeya Abderramán I, quien edificó la mezquita de Córdoba, en Andalucía, no la orientó hacia La Meca —según es costumbre en el Islam—, sino hacia la ciudad de Damasco. Esta, fundada hace 3 500 años en un oasis, fue la culpable de la nostalgia del soberano.
Hoy es otro el “monarca” que mira hacia Damasco, y no precisamente con ojos de dulce añoranza. El pasado 2 de febrero, en su discurso sobre el estado de la Unión, el presidente George W. Bush tuvo palabras para Siria, país del que dijo “aún permite que su territorio y partes del Líbano sean utilizados por terroristas que quieren destruir toda posibilidad de paz en la región”. “Esperamos —añadió— que el gobierno de Siria ponga fin a todo el apoyo al terrorismo y abra la puerta a la libertad”.
Pero sorprende lo rápido que avanza el fuerte anhelo “emancipador”. El pasado lunes, un criminal atentado en el centro de Beirut acabó con la vida del ex primer ministro libanés Rafic Hariri, de quien se asegura favorecía la retirada de las tropas que Damasco mantiene en el Líbano desde 1976.
Aún fresca en el pavimento la sangre de la decena de libaneses muertos en el estallido, ya Washington culpaba al gobierno sirio y a la presencia de su contingente militar en el pequeño país vecino. Menos de 24 horas después, Bush llamaba a su embajadora en Siria de regreso a la capital estadounidense.
En Tel Aviv, la oportunidad la pintaron calva, y el primer ministro israelí Ariel Sharon se apuró a decir que “es un hecho que el Líbano, bajo el pleno control de Siria, se convirtió en una central del terrorismo”.
Así, en esta tempestad de fuego, y con los humos de Iraq haciendo lagrimear los ojos de los “duros” del Pentágono, cabría preguntarse: ¿a quién favorece el asesinato del ex primer ministro libanés?
OTRO DESOBEDIENTE AL BANQUILLO
Durante la primera Guerra del Golfo, cuando otro Bush decidió expulsar a las tropas de Saddam Hussein del invadido emirato de Kuwait, nadie reparaba demasiado en que Damasco —integrado a la coalición liderada por Washington— mantenía miles de soldados en el Líbano.
Al pequeño país —cercenado artificialmente de Siria en 1860 por el Imperio Otomano, obligado por Francia— había llegado un contingente militar sirio en 1976 con mandato de la Liga Árabe, para evitar su segmentación en medio de la guerra civil que lo asolaba, mientras Israel ejecutaba acciones militares en el sur libanés para acabar con las bases de la resistencia palestina allí.
Terminado el conflicto, y con las tropas israelíes señoreando en la zona meridional, los miembros del parlamento libanés firmaron en 1989 un acuerdo para la readecuación del sistema político nacional*, que alejara el peligro de nuevas pugnas internas.
De igual modo, el documento describía las relaciones con Siria y el papel de las tropas de ese país en el Líbano, contrapeso natural de la ilegal presencia de las armas israelíes en el sur. Según el texto, una retirada del ejército sirio quedaría sujeta a la decisión conjunta de ambos Estados. Dos años más tarde, Beirut y Damasco suscribieron un Tratado de Defensa y Seguridad, en el que acordaron reforzar su cooperación militar.
Sospechosamente, aunque estos pactos bilaterales se rubricaron hace más de una década sin despertar tanto revuelo, hoy Siria aparece marcada con la letra escarlata. Matriculada por Bush en el cada vez más amplio grupo de naciones del “eje del mal”, el Congreso estadounidense aprobó en octubre de 2003 sanciones comerciales contra el país árabe. Ese mismo mes, como para dar su “empujoncito”, Israel envió aviones de guerra a bombardear un supuesto campo de entrenamiento de militantes palestinos en territorio sirio, y ya en septiembre de 2004, a instancias de EE.UU. y Francia, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 1559, que pide la retirada “de todas las tropas extranjeras” del territorio libanés.
Con el crimen de la pasada semana en Beirut, no se ha ocultado el sol un día sin que Washington reclame la salida de las fuerzas sirias (unos 14 000 efectivos) del país vecino y el necesario apego a las resoluciones del Consejo de Seguridad.
Ahora bien, ¿son exclusivamente las tropas sirias las que permanecen en el Líbano?
Alguien poco observador respondería invariablemente que sí. Pero se equivocaría. Si es cierto que Israel retiró el grueso de sus fuerzas del sur libanés en junio del año 2000, por la incansable acción de la resistencia local (en particular del grupo chiita Hizbolá), también lo es que se reservó un sector de 20 kilómetros cuadrados en la frontera con Siria y el Líbano: las fértiles Granjas de Chebaa. Dicha zona —sobre la que ambos países concuerdan en que es libanesa— permanece en poder de Tel Aviv, quien pretexta haberla tomado de Siria, no del Líbano, en la Guerra de los Seis Días de 1967, cuando también arrebató a Damasco las estratégicas alturas del Golán.
Tras los últimos acontecimientos, esto parece haber sido pasto del olvido, y se señala con el índice al gobierno sirio como el mayor responsable de la inestabilidad en el Líbano. Pero lo que sucede realmente, a tono con el incremento de la resistencia en Iraq, es que EE.UU. necesita alimentar temores en Siria, a través de cuya frontera sur —acusa Washington— se renuevan las fuerzas de la insurgencia iraquí. “No olviden qué le hicimos a Saddam”, sería el mensaje.
Por otra parte, al intentar divorciar a Damasco de Beirut, la Casa Blanca estaría echando los cimientos para moldear más a su antojo el escenario político libanés, según los principios de su Iniciativa para el Gran Medio Oriente, que busca dotar de gobiernos “democráticos” y dóciles a Washington a los países de una región —por cierto— rica en recursos energéticos.
De igual modo, tildar a Siria de “Estado delincuente” —según las clasificaciones tan de moda— sería el mejor argumento de Israel para continuar esquivando las negociaciones sobre la retirada de las tropas sionistas de la meseta del Golán, que ya se anexó ilegalmente en 1981. Además, una vez fuera del Líbano las fuerzas sirias, nada impediría acciones más ejemplarizantes de Tel Aviv contra la milicia Hizbolá, que aún lucha contra la arbitraria presencia israelí en las Granjas de Chebaa. Si es un hecho que los aviones militares israelíes incursionan en el espacio aéreo libanés cuando les viene en gana, y rompen la barrera del sonido sobre la misma Beirut, ¿qué no harán tras el repliegue sirio?
ARMAS PARA EL “VILLANO”
Desde enero se habla del tema: el gobierno de Ariel Sharon solicitó a las autoridades rusas que no vendieran a Siria ciertos sistemas de cohetes antiaéreos, bajo el pretexto de que complicarían aún más la situación regional. Las armas, especulaba Tel Aviv, llegarían a manos de Hizbolá, y este las pasaría a la resistencia palestina. Algunas, incluso, caerían irremisiblemente en poder de los rebeldes iraquíes.
El presidente sirio Bachar al Assad, de visita en Moscú a finales de enero, reaccionó: “Si Israel está en contra, significa que pretende irrumpir en nuestro espacio aéreo”.
Finalmente, el Kremlin procedió. Según despachos de prensa, además de condonar el 70 por ciento de la deuda contraída por Siria desde los tiempos soviéticos, Rusia firmó unos seis acuerdos de cooperación con el país árabe, y el pasado miércoles, su Ministerio de Defensa refirió estar “en negociaciones sobre la entrega a Damasco de sistemas de defensa antiaéreos de corto alcance Strelets”.
En respuesta a los que se rasgan las vestiduras por la transacción, Marat Kenshetayev, del Centro de Control de Armamentismo, en Moscú, aseguró que “como no existe un embargo de armas contra Siria, todos los suministros a ese país son legales, aunque EE.UU. los mira con desconfianza”.
Más enfático aún, el portavoz de la cancillería rusa, Alexandr Yakovenko, había advertido que “ponerles etiquetas a los Estados y describirlos en forma unilateral como parte del así llamado eje del mal, no mejora la seguridad”.
Y es que, oteando el panorama, a algunos les molesta que Siria decida declinar amablemente el papel de próxima víctima que le quiere asignar el belicoso guionista mundial, y no parece estar dispuesta a someterse a ningún tipo de desgaste paulatino por bombardeos “quirúrgicos”, como los que soportó pacientemente Iraq desde 1991 hasta el 20 de marzo de 2003, día del inicio oficial de la agresión.
Tanta condescendencia —quedó demostrado— suele ser fatal.
* Según la ley libanesa, el Presidente debe ser cristiano maronita; el Primer Ministro, musulmán sunnita, y el jefe del Parlamento, musulmán chiita, en representación de los principales grupos confesionales existentes en el país.
<< Home